Crónica del día que salí de casa con un tobillo medio torcido y un corazón bastante roto (parte uno)

7.8.15

Puedo contar con los dedos de una sola mano las veces que he sonreído estos días. O las veces que he reído. O las frases que he dicho. Las cosas no están saliendo bien. Bueno, directamente no salen. Despertarme por la mañana es un suplicio. Intento no dormir hasta muy tarde, porque luego por las noches me cuesta dormir y entre los torbellinos de pensamientos (normalmente negativos) y el calor y el hambre y el saber que en la nevera me esperan dos tipos diferentes de pastel (fue el cumpleaños de mi hermano a principios de mes)... Lo dejaré en que no es fácil. Y no solo me cuesta despertarme y me cuesta dormirme. Las horas que pasan entre una acción y la otra son difíciles también. Por eso pensé que me vendría bien pasar un día sola. Fuera y lejos de casa. Sin padres o hermanos o caras conocidas de por medio. Ya he dicho que las cosas no me van bien. Tenía un plan y se canceló, pero aun así decidí que no tenía que dar por perdido el día. Y, por una vez en mucho tiempo, la decisión que tomé fue acertada.

Me despierto y recuerdo el dolor que tengo en el tobillo. No creo que me lo haya torcido ni nada. Seguramente fue un mal movimiento que hice yendo en long ayer. De todas maneras quiero salir. Bebo un café más amargo de lo normal y como unas sosas galletas. Les pongo mermelada de melocotón por encima. La mermelada no tiene sabor a nada. Supongo que es el precio que pagas por una mermelada baja en calorías y en azúcares. Me visto. ¿Voy con demasiada carne al aire? No es que me importe. Estos días pienso mucho en eso. En el cuerpo humano y tal. Para mí enseñar cuerpo no significa mucho, pero en el momento en que significa algo para la persona que tengo en frente comienza a significar algo para mí. Ni siquiera sé si lo que he escrito tiene sentido.

Meto algunas cosas esenciales en mi bolso. Sé que no acabaré usando el 90% de ello, pero aun sabiéndolo meto un par de kilos de cosas más, por si acaso. Dos libros, mi journal, mi libreta de cosas, mi libreta de cuando me da por escribir y temo que se me olvide luego, mi cámara analógica, mi cámara digital, los objetivos para el móvil, las gafas de ver, el dinero, los tickets para el tren, bolis y lápices.

Salgo. Solo con cerrar la puerta de mi edificio siento que puedo respirar un poco más libre. Incluso si fuera hace el suficiente calor como para hervir macarrones sin necesidad de fuego. Camino. Sé que llegaré tarde. Sorprendentemente, no llego tarde. Es decir, llego a la hora que se supone que sale el tren, pero todos sabemos cómo de puntual es el servicio de Renfe. Subo al tren. Se está bien allí sentada. Sola. Tranquila. En silencio. Decido llenar el silencio con música. Me pongo los auriculares. Dios, cómo no descubrí esta canción antes, pienso mientras escucho Don't Speak. Tal vez haya una razón por la que no conocemos la existencia de ciertas cosas hasta un momento determinado. Escucho I Giorni. Imagino que estoy tocando un piano invisible. Intento no pensar en qué piensa la gente que me ve agitar y mover los dedos aparentemente sin motivo.

Bajo del tren en Passeig de Gràcia. Sufro un poquito cuando el tren arranca y hace corriente de aire. Intento que la falda no se me levante mucho. Hago transbordo y decido ir hasta Fontana. Un plan un poco improvisado. Intento llegar hasta una papelería que descubrí por internet. Maldita miopía. Maldito sol. Es que si me pongo las gafas de ver, seguiré sin ver a causa del sol. Y si me pongo las de sol, seguiré sin ver gracias a la miopía. Dilemas míos. Intento orientarme con mi vista borrosa, un calor infernal y Google Maps. ¿Necesitas ayuda?, me pregunta un hombre calvo con un gorro extraño. Veloz y automáticamente respondo no, gracias. Sonrío un poco. Intento parecer tranquila. Claro que necesito ayuda.

Empiezo a cansarme. No encuentro la maldita papelería. Ya estoy en Travessera de Gràcia. ¿Dónde coño está? Resulta que ya me he pasado del número en donde se suponía que debía estar. Me paro de repente, bajo la atenta mirada de un farmacéutico. Decido olvidarme de la papelería. Me pongo rumbo a Passeig de Gràcia. Consigo llegar a la parada de metro de Diagonal. Llego a mi destino. Genial, la siguiente tienda a la que quería ir está cerrada. Doblo una calle hacia la derecha y bajo tres calles por Rambla Catalunya. Entro a Muji y me pierdo en un pequeño paraíso de blocs de notas, libretas, bolígrafos, y demás.

Hello, sorry, escucho. Un grupo de cinco personas mayores con un acento que no identifico me piden ayuda para usar una cabina telefónica. Uno de ellos intentaba hacer una llamada con solamente cinco céntimos. Pobre ingenuo, pienso, aunque no es que tampoco tenga mucha idea de cómo usar una cabina telefónica. Al principio la cabina no parece funcionar. I don't think this works, les digo. Al final me despido.

Descubro una nueva tienda. No recuerdo haberla visto nunca. Veo ciertas cosas que me gustan. Tazas, libretas, libros y llaveros con el estampado de panots. Decido comprar un llavero. Al fin y al cabo, no son tan caros. Hay mil libretas. Voy a la sección de Moleskine y lloro por dentro al ver las city notebooks y pensar que son carísimas. Cojo dos libretas de unas marcas que no conozco. Sé que necesito una nueva para reemplazar mi journal, aunque aún tengo para un par de meses. Me decanto por una estilo cartoné.

Doy unas cuantas vueltas. Paso cerca de las puertas del Corte Inglés e intento no encariñarme mucho con el aire frío que sale disparado de ellas. Sería curioso si me bajara la regla ahora mismo, teniendo en cuenta que no tengo compresas, pienso sin venir a cuento. Ja, tan solo espera a llegar a casa luego y a ver la sorpresita que te espera. Recorro una parte de Via Laietana. Encuentro esa empanadería argentina que me recomendó una vez mi madre. Compro dos empanadas.

Me encuentro en el Parc de la Ciutadella. Hoy estoy hecha toda una turista. Me paseo por él unos largos minutos bajo el insoportable sol de las dos del mediodía en busca de un banco apartado y a la sombra. Veo a varias personas sentadas solas, ya sea en un banco o bajo la sombra de un árbol. Escuchan música o leen. Me siento un poco más tranquila al ver que no soy la única que hace eso. Escojo un banco cerca de la fuente. Hay un par de palomas con bultos en los ojos que no deben ser muy sanos. Muevo un poco los pies para espantarlas. Se acerca un pajarillo verde muy curioso que no para de píar. O graznar, mejor dicho. Me como las dos empanadas y una paloma con los ojos rojo sangre me mira con algo de envidia. Saco un libro y me pongo a leer. Mi plan era quedarme allí un buen rato, pero el sol está bajando y me empieza a calentar las piernas. Me marcho, en parte por el sol y en parte por las espantosas palomas con bultos raros y ojos rojos. Leo un poco más en un banco de fuera del parque. Tenía ganas de escribir en mi journal y al final no lo he hecho. Me daba vergüenza sacar una libreta grande como un tablero de Monopoly en medio de la calle. Bueno, la libreta no es tan grande. Lo que es grande es mi idiotez. ¿Ves? Si es que siempre acabo llenando el bolso de cosas que no uso.


He decidido publicar esta entrada en dos partes, ya que me ha quedado extremadamente larga.

También he decidido que debería decidirme por dejar de utilizar tanto el verbo decidir.



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